miércoles, marzo 21, 2007
Febbre rossa (especial para El Potrero, por Carlos R. Capdevila,desde Italia)
Febbre rossa
Por Carlos R. Capdevila
Por muy diversas razones, no pude ver por televisión el Gran Premio de Australia de Fórmula Uno con que se inició el campeonato mundial de conductores y constructores de Fórmula Uno 2007, pero --en compensación-- tuve el privilegio de vivir una experiencia digna de mención y comentario. Precisamente, lo que estoy haciendo en este momento para El Potrero. Paso a explicarme:
Me encontraba en Italia (país en el que la televisación del GP de Australia se realizaba en directo a las 4 de la madrugada), más precisamente en la increíblemente bella región de la Toscana. Y pese al interés que despertaba la apertura del calendario, ese domingo había decidido partir a primera hora para hacer en automóvil la conocida como Ruta del Chianti, una experiencia notablemente placentera que consiste en recorrer por caminos secundarios --entre valles, viñedos y suaves montañas-- distintos pueblitos con particulares características y un denominador común: la elaboración de uno de los mejores vinos del mundo. En consecuencia, "pasé de largo" la carrera para recuperar fuerzas durmiendo, contra toda la tradición en mi ya larga vida puesto que desde que comenzaron a transmitirse esas carreras, he sido un fiel televidente.
Tal como sucede también en ocasiones en la Argentina, el incómodo horario impedía que los diarios del domingo insertaran la información respectiva. Así, entonces, y como era de rigor, ni bien puse el automóvil en marcha sintonicé una radio local para ver si me enteraba del resultado del GP en algún informativo deportivo o algo parecido. Ni bien partí de Florencia esa mañana y hasta ya entrada la tarde, al llegar a Siena tras haber atravesado lugares casi mágicos, los locutores apenas se daban descansos de cinco o diez minutos --como máximo-- para habler de otros temas que no se vincularan con la Fórmula Uno.
Kimmi Raikkonen fue la frase escuchada mil doscientas veces. Felipe Massa, mil. Ferrari, dos mil. Se oían informativos, algunos temas musicales y nuevamente a hablar del grandioso triunfo de la Ferrari en Australia. Así --durante todo el día-- escuché hablar del "retorno" de la Casa de Maranello; de que desde Juan Manuel Fangio en la Argentina, hace más de 50 años, no se había producido un debut ferrarista con un triunfo como el del parco pero eximio finlandés. Terminados los elogios a la ya gran figura del Cavallino Rampante, llegó el turno de Felipinho y su gran remontada. El brasileño mereció todas las consideraciones y aún la admisibilidad de que nadie creía antes del GP de Australia que Kimmi sería la estrella. Las apuestas estaban a favor abrumadoramente de quien hace este año su segunda temporada, tras haber secundado en 2006 nada menos que a Michael Schumacher.
La "febbre rossa" era tal que para justificar la reiteración del triunfo de Ferrari en la noticia, se llegó hasta la figura de Alberto Ascari, el último campeón del mundo de nacionalidad italiana (contemporáneo de Fangio). El fervor popular en las calles era consecuente con el de las radios. En cada pueblo en que detenía la marcha, el comentario obligado era la victoria de Ferrari. Y mientras escuchaba extasiado, no pude menos que recordar la sentencia popular que sostiene que los argentinos somos hijos dilectos de los italianos. Igualmente fanáticos para todo, en especial para el "calcio" (fútbol) y las "gare" (carreras de autos).
Ni aún siendo un veterano periodista. como es mi caso, podía dejar de sorprenderme tanta efusividad. Confieso que jamás había escuchado que una emisora radial estuviese todo el día analizando un triunfo, agregándole notas de color, condimentándolo con historias personales y biografías entre las que desfilaron Gilles Villeneuve, Lorenzo Bandini, Mike Hawthorn, Jackie Icx, Nikki Lauda, Clay Regazzoni, Carlos Reutemann y otros calificados conductores que ocuparon cockpits en la marca italianísima. Ni aún en las dos ocasiones en que el seleccionado de fútbol de la Argentina se clasificó campeón mundial, escuché en radios un entusiasmo semejante. No quiero pensar lo que debe suceder cuando Ferrari gana el campeonato del mundo!
Como atenuante, se me ocurre pensar que estábamos a alrededor de 100 kilómetros de distancia de Maranello, es decir casi en el epicentro del fenómeno ferrarista.
A esta altura ya había comenzado a disfrutar por anticipado de los calificativos y títulos ingeniosos con que los matutinos informarían sobre la apertura del campeonato mundial de Fórmula Uno. Y no estuve muy errado. El grueso de la información fue la mención al notable "hat trick" de Raikkonen (pole position, récord de vuelta y victoria final); en un segundo plano --no menos destacado-- se sucedieron las alabanzas a Felipe Massa por haber protagonizado una remontada espectacular. Lectura directa: este año las Ferrari "matan".
Luego apareció la esperada peccata minuta del Gran Prix. Nadie lo dijo pero había una mesurada expectativa favorable en Italia. Se esperaba una buena performance pero no una demostración tan aplastante. El fantasma de Fernando Alonso sobrevolaba y aunque era vox pópuli la poca fiabilidad de los McLaren Mercedes, se temía que las cosas cambiaran este año (como efectivamente sucedió, aunque no alcanzara).
Por supuesto que sin decirlo abiertamente, la ironía circuló por las redacciones al mencionar que el sorprendente Lewis Hamilton "había sido superado" por su compañero de escuadra, el bicampeón Fernando Alonso. Pero no hubo mucho más ese lunes porque la prestación de los Renault (en manos de Fisichella y Kovalainen) dejó mucho que desear. Si se ahondaba en el tema, la deducción sería muy simple: el asturiano tiene cinco kilòmetros más de velocidad en cada mano.
Y quedaba el otro fantasma por ahuyentar: la figura del más grande todos los tiempos hasta ahora: Michael Schumacher. Después de Australia, Ferrari e Italia respiraron aliviados. Hubo fumata bianca y todo indica que hay un sucesor cabal, digno y meritorio: Kimmi Raikkonen, sin dejar de tener en cuenta a Felipinho.
Para finalizar este comentario desde Italia, tengo que decir que es posible que hasta le cambien la cara, el carácter y las reacciones a Kimmi. En el podio se lo vio contento pero hasta ahí nomás. Aún con su parquedad habitual se mostró feliz. Pero dicen las malas lenguas que transcurridos los dos primeros días de su inobjetable victoria, al ver la euforia generalizada y la trascendencia de su tarea, comenzó a ver de cerca de qué "febbre rossa". Y más todavía, aseguran que muy para sus adentros se preguntó: mamma mia, donde me metí?
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